Relatos eróticos que debes leer (I)
Relatos eróticos que debes leer (I)
Muchas personas me preguntan acerca de los relatos eróticos que deben leer.
Por eso, hoy, me gustaría mostrarte algunos de los fragmentos de los relatos eróticos más sugerentes de la historia que te ayudarán a sentirte más excitado y a proponerle juegos a tu esposa.
Normalmente, los relatos eróticos puedes usarlos de dos maneras:
- Para inspirarte antes de proponerle un juego erótico a tu pareja
- Para excitarte mientras ambos estáis en los preliminares.
Una de las mejores herramientas que podrás tener, será leer un relato erótico completo y después ambos, en pareja desarrollar la historia.
Hoy, me gustaría mostrarte algunos de los fragmentos más deseados de la literatura internacional. ¿Los leerás y buscarás los libros? 😉 ¡Coméntame qué te parecen!
Relatos eróticos que debes leer (I)
Me gustaría recomendarte a la escritora de origen francés, Anaïs Nin que recrea en su obra “Delta de Venus”, lo que piensa una mujer que verá de ella su amante. Así como la fantasía de recordarle en acción y también la fuerza de la pasión sexual. Uno de los fragmentos más famosos es cuando ella descubre su propia vulva y siente lo que él podría percibir al verla:
“¿Cómo me ve él?”, se preguntó. Se levantó y colocó un largo espejo junto a la ventana. Lo puso de pie, apoyándolo en una silla.
Luego, mirándolo, se sentó frente a él, sobre la alfombra, y abrió lentamente las piernas. La vista resultaba encantadora. El cutis era perfecto, y la vulva rosada y plana. Mathilde pensó que era como la hoja del árbol de la goma, con la secreta leche que la presión del dedo podía hacer brotar y la fragante humedad que evocaba la de las conchas marinas. Así nació Venus del mar, con aquella pizca de miel salada en ella, que sólo las caricias pueden hacer manar de los escondidos recovecos de su cuerpo…”
(Del cuento Mathilde de Delta de Venus)
Relatos eróticos más populares del mundo
Y como era previsible, en el listado de relatos eróticos más populares, tenía que estar 50 Sombras de Grey. El atractivo de Grey debido a su personalidad arrolladora y la sensualidad tímida de Anastasia, ha creado que millones de personas se rindan al magnetismo de esta pareja: ¿Quizás por fragmentos cómo éstos?
“En la piel de Grey – Capítulo 8.1
De a poco, Anastasia Steele comienza a conocer cosas de mi mundo. He atado sus manos con mi corbata gris. Le he ordenado que se quedara quieta. Lo ha hecho. Le he indicado que debe responderme. También ha obedecido.
Paso mi lengua por mi labio superior. Comienzo a deleitarme con el placer que está por llegar en un instante.
—Voy a besarle todo el cuerpo, señorita Steele —le susurro.
Me mira expectante. El deseo sale por sus ojos.
Desciendo por su cuello. Rápidamente su excitación aumenta. Intenta tocarme. Mueve las manos de manera torpe, apenas puede hacerlo. Logra tocarme el pelo.
Entonces, dejo de besarla. La miro. Chasqueo la lengua indicándole su error. Vuelvo a poner sus manos detrás de su cabeza.
—Si mueves las manos, tendremos que volver a empezar.
Me mira suplicante. Tiene la respiración entrecortada. No se puede controlar.
—Quiero tocarte—me ruega.
—Lo sé. Pero deja las manos quietas.
El placer aumenta. Me gusta verla inmovilizada y desesperada por tocarme. Desciendo con mis manos hasta sus pechos. La boca otra vez en su cuello. Luego, voy directo hacia sus pezones. Los chupo.
Ana comienza a mover sus caderas.
—No te muevas —le indico.
Continúo mi descenso. Llego al ombligo. Lo chupo. Ana no puede resistir el placer, no logra quedarse quieta.
—Mmm. Qué dulce es usted, señorita Steele.
Me arrodillo y la cojo de los tobillos. Separo sus piernas.
Comienzo a chupar los dedos de sus pies. Los muerdo suavemente. Ana gime. Tal vez, la sorprende un poco, pero luego se entrega a un placer extremo e inimaginable.
Paso mi lengua por su empeine. Comienzo mi lento ascenso.
Del tobillo a la pantorrilla. De allí a las rodillas.
Ana tiene los ojos cerrados y está completamente entregada a las nuevas sensaciones. Cada vez sus gemidos son más fuertes.
Antes de continuar subiendo voy hacia el otro pie. Repito el proceso. Puedo sentir cómo se estremece cuando muerdo sus dedos.
—Por favor —me dice ahogada en placer.
—Lo mejor para usted, señorita Steele.
Subo sin detenerme. Mi nariz está junto a su clítoris. Mi lengua sube y baja. Está convulsionando de placer. Me detengo.
—¿Sabe lo embriagador que es su olor, señorita Steele? —le susurro.
Inhalo profundo. Creo percibir que se ruboriza. Deja de mirarme.
Voy lentamente recorriendo todo su sexo.
Normalmente exijo a mis sumisas que depilen todo su vello púbico. Sin embargo, hay algo en Ana que me resulta interesante.
—Me gusta. Quizá lo conservaremos.
Mis movimientos son muy lentos. Ella cada vez se desespera más.
—Oh… por favor —me ruega.
—Mmm… Me gusta que me supliques, Anastasia.
Sus gemidos aumentan.
—No suelo pagar con la misma moneda, señorita Steele, pero hoy me ha complacido, así que tiene que recibir su recompensa.
Sujeto con fuerza sus muslos. Lamo su clítoris. Mi lengua va lenta.
Comienza a retorcerse de placer.
Un grito ahogado sale de su boca. Está completamente entregada a mí.
Continúo con el movimiento de mi lengua alrededor de su clítoris. Luego, introduzco un dedo.
Me excita practicarle sexo oral y me gusta provocarle tanta excitación.
—Nena, me encanta que estés tan mojada para mí.
Muevo el dedo dentro de ella. Percibo que su orgasmo está por venir. Mi excitación aumenta.
Se corre con un gemido fuerte. Rápidamente me pongo el condón. La penetro un instante después.
—¿Cómo estás? —le susurro.
—Bien. Muy bien— responde.
Comienzo a follarla desesperadamente. Me muevo rápido.
—Córrete para mí, nena.
Vuelve a correrse lo que intensifica aún más mi excitación. Estoy por llegar al clímax.
—Un polvo de agradecimiento —le digo.
Entro en ella hacia el fondo una vez más. Me aprieto contra su cuerpo y tengo un orgasmo increíble.
Oh, qué buena pareja sexual que hacemos. Esto es maravilloso.”
Dicen que la literatura antigua es aquella que mejor está modelada y que genera una mayor satisfacción. Aunque con lenguaje antiguo, siempre es una excelente oportunidad de volver a recuperar la elegancia en la literatura erótica. Como en Fanny Hill, considerada una de las obras eróticas más ardientes antes de “50 Sombras de Grey”
FANNY HILL
“Liberación de Eros
Después de la cena, la señorita Phoebe me acompañó a la recámara, mostrando cierta renuencia a que me desvistiera y me quedara en camisón en su presencia, por lo que, una vez retirada la doncella, se me acercó y, empezando por desprenderme el pañuelo y el vestido, pronto me instó a que continuara desnudándome. Sin dejar de sonrojarme al verme en paños menores, corrí a guarecerme bajo la ropa de cama, a salvo de sus miradas. Phoebe rió, y no tardó mucho en acomodarse a mi lado. Contaba unos veinticinco años, según sus dudosas cuentas; pero aparentaba haber olvidado por lo menos otros diez, aún tomando en cuenta los estragos que una larga trayectoria de manoseo y de aguas turbulentas debieron haber hecho en su constitución. Ya había llegado, sin pensarlo, a esa etapa de envejecimiento en la cual las mujeres de su profesión reducen a pensar en lucirse en compañía, más que ver a sus amistades.
Apenas se había recostado junto a mí la preciosa sustituta de mi señora, cuando ella, que jamás perdía su compostura frente a cualquier situación de liviandad, se volteó y me abrazó, besándome con gran entusiasmo. Esto era nuevo, esto era raro: atribuyéndolo a la más pura bondad y sospechando que tal vez ésta pudiera ser la costumbre londinense de expresar los sentimientos, determiné no quedarme a la zaga, y le devolví su beso y su abrazo con todo el fervor que la perfecta inocencia sabe poner en ello.
Alentada por aquello, sus manos adquirieron gran soltura y vagaron libremente por todo mi cuerpo, palpando, presionando, abrazándome, despertando en mí más ardor y sorpresa, lo novedoso de tales maniobras, que sobresalta o alarma.
Los elogios que entremezclaba con esas incursiones también contribuyeron, en no poca medida, a sobornar mi pasividad. Ignorante de todo mal, no le temía, y menos aún de quien había disipado toda duda de su feminidad al conducir mis manos hacia un par de senos con gran soltura, cuyo tamaño y volumen atestiguaban la distinción más que suficiente de su sexo. Fue suficiente para mí, al menos, que jamás había empleado otra norma de comparación…
Yacía yo completamente dócil y pasiva, y como ella lo deseaba, sin que su audacia despertara en mí más emociones que un placer extraño y hasta entonces desconocido. Nada escapaba a las licenciosas manipulaciones de sus manos, que como un fuego ondulante recorrían todo mi cuerpo, descongelando toda frialdad a su paso.
Mis senos, si así se pudieran llamar entonces dos duras y firmes elevaciones que apenas empezaban a proyectarse y a producir significado alguno al tacto, dieron a sus manos empleo y solaz durante un buen rato, hasta que, deslizándose a regiones más inferiores, siguieron una ruta tersa y llana hasta sentir el satinado esbozo, que apenas unos meses antes había empezado a poblar esos montes, prometiendo extender un generoso abrigo sobre el lugar de la más exquisita de las sensaciones, que hasta entonces había sido el asiento de la más insensible inocencia. Sus dedos jugueteaban, ávidos de enredarse en los tiernos hilillos de aquel musgo que la naturaleza ha destinado tanto a utilizar como a ornato.
Pero no contenta con esos parajes exteriores, enfila ahora hacia la fuente principal, empezando por tímidas fintas, siguiendo con insinuaciones, y terminando por introducir con firmeza un dígito en el vaso mismo. Lo hizo en forma tal que si no hubiese procedido por insensibles graduaciones que me inflamaron más allá del poder de mi modestia para oponer resistencia de su avance, yo habría abandonado violentamente el lecho, pidiendo socorro a gritos contra aquellos extraños ataques.
En lugar de ello, su lascivo tacto había encendido un nuevo fuego que surcaba por todas mis venas, y que se asentaba con gran fuerza en aquel centro vital de la naturaleza, donde ahora las primeras manos extrañas estaban ocupadas en palpar, presionar y comprimir los labios. Los abrió nuevamente, con un dedo entre ellos, hasta que un ¡Ay! le hizo saber que me estaba lastimando. La estrechez del conducto, incólume aún, impedía el paso a mayor profundidad. Mientras tanto, el movimiento espasmódico de mis extremidades, mis lánguidos encogimientos, mis suspiros y mi respiración entrecortada, conspiraban para asegurar a esa sabia libertina que su proceder me producía más placer que ofensa. No vaciló en sazonarlo con repetidos besos y exclamaciones tales como: “¡Oh, qué linda criatura eres!” “¡Qué feliz será el primer hombre que haga de ti una mujer!”… “¡Oh, qué daría yo por ser un hombre!”… Estas y otras expresiones igualmente truncadas, eran interrumpidas por besos tan fervientes y fieros como jamás recibí del otro sexo.
Por mi parte me sentía transportada, confusa y fuera de mí: aquellas sensaciones tan nuevas eran demasiado para mí. Mis sentidos, enardecidos y azorados, eran un torbellino que me robaba toda libertad de pensar; lágrimas de placer corrían a borbotones de mis ojos, apaciguando un tanto las llamas que me abrasaban por todas partes.
La propia Phoebe, aquella pura sangre tan montada a quien todas las formas y artificios del placer le eran conocidos, al parecer encontraba en su oficio de iniciar a las jóvenes la gratificación de uno de esos gustos arbitrarios que no tienen explicación. No era que odiara a los hombres, ni tampoco que tuviera predilección por las de su propio sexo; pero cuando se encontraba en situaciones como la que describo, una avidez de saciarse de deliquios en la zona común, y acaso también algún secreto prejuicio, la instaban a derivar el máximo placer donde fuere, sin distinción de sexos. Con tal visión en la mente, y segura ya de haberme encendido con su tibio toque lo suficiente para cumplir sus propósitos, bajó suavemente las mantas, y me encontré tendida cuan larga era en toda mi desnudez, con mi camisón elevado hasta el cuello, sin encontrar la fuerza ni la voluntad para evitarlo. Hasta mis encendidos sonrojos expresaban más deseo que modestia, mientras la bujía, que permanecía encendida (indudablemente, no por azar), alumbraba todo mi cuerpo.
-¡No! -exclamó Phoebe-. No debes, mi dulce niña, pensar en ocultarme todos estos tesoros. Deja que también mis ojos se alimenten. Y mi tacto. Déjame devorar estos tiernos capullos… Déjame besarlos una vez más… ¡Cuán firme, cuán tersa es su blanca piel! ¡Y qué formas tan delicadas…! ¡Ay! ¡Y qué delicioso vello! ¡Déjame contemplar tu pequeña, tu adorable y tierna gruta! ¡Esto es demasiado, no lo puedo soportar! Tengo que…, tengo que…
En un arranque de éxtasis, me tomó la mano y la condujo hasta donde usted fácilmente adivinará. Pero, ¡qué diferente era siendo la misma! Una tupida urdimbre de gruesas hebras rizadas señalaban a la mujer madura y completa. La cavidad, a la cual guió mi mano, fácilmente franqueó la entrada; y tan pronto como la sintió enclavada en su interior, comenzó a oscilar hacia adelante y hacia atrás con una fricción tan rápida que hube de apartarla, húmeda y fría. Después de dos o tres hondos suspiros y ayes se serenó; y, plantándome un beso en el que pareció exhalar el alma, me volvió a colocar las mantas suavemente.”
Relatos eróticos
Como ves los relatos eróticos son una gran solución para imaginar nuevas aventuras en pareja y terminar con la monotonía.
Te propongo que hagas algo. Toma alguno de estos fragmentos y después trabájalos en pareja.
¿Qué haríais si fuerais vosotros los protagonistas? ¿Cambiaría alguna acción? ¿Cómo irías vestida? Piensa en todo lo que van describiendo y entonces siente la historia que te gustaría vivir con tu pareja. será una gran manera de despertar vuestra sensualidad. Haciendo que así sea más fácil experimentar y saber qué sensación tendríais al poneros en la piel de otra actividad diferente.
Una vez pongáis en práctica estos juegos conseguiréis generar más confianza, más morbo y menos monotonía sexual de una manera natural y sin necesidad de incluir a terceros.
Prueba todo lo que te estoy aconsejando y verás cómo habrá una gran mejora. Que comenzará por activar tus emociones y también tu intelecto.