Diario de un sadomasoquista (aventuras sexuales ficticias) - Ayudamos a fortalecer el vínculo sentimental y disfrutar más la sexualidad. Betsy Reuss

Diario de un sadomasoquista (aventuras sexuales ficticias)

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Diario de un sadomasoquista (aventuras sexuales ficticias)

Esta podría ser una historia cualquiera pero es el diario de un sadomasoquista.

(Historia ficticia)

Como cada jueves, ella estaba contemplando la ventana del bajo donde realizaba sus planos. Aunque no se solía tomar un descanso, hoy era un buen tiempo para hacer (al menos) la pausa del café.

Entonces, como una norma que siempre se tenía que cumplir, los encontraba en sombras y ruidos. Mientras se asomaba a la ventana.

Ella tendría unos 40 años, conservaba muy buen cuerpo y unos senos firmes y respingones. Sólo tenía un coulotte. Él era musculoso, alto y tenía el torso desnudo haciendo ver un abdomen totalmente plano y marcado.

Nunca se mantenía mirando. No le gustaba inmiscuirse en los asuntos ajenos. Hasta que él, mientras se encontraba acariciando las nalgas de su compañera de juegos y la azotaba, hizo un parón. Para darse cuenta de que lo estaba mirando y sonrió.Nada le pareció más escandaloso y excitante que los vieran. Así que abrió aún más la cortina.

La arquitecta estaba asombrada de ese gesto que la invitaba a preguntarse por qué él se había excitado tanto. Así que tras retirarse de la ventana, volvió. Él no se sintió mal y a estas alturas: se dio cuenta de que estaba contemplando todo el show.

Eso le hizo tener una erección inmediata que no dudó en mostrar, colocándose enfrente de la ventana.

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Diario de un sadomasoquista (aventuras sexuales ficticias)

Aunque para ella era algo nuevo, la arquitecta veía algo seductor y muy pasional en el hombre. Alguna cosa que la hechizaba. Veía como a la mujer de 40 años le tiraba de los pezones. Como le obligaba a agacharse al suelo y cómo la azotaba. Contemplaba con curiosidad como la ataba y después como la masturaba con golpecitos en el clítoris con la fusta. Como antes de llegar al orgasmo, él se lo prohibía, obligándola a tenerlo hasta que ambos lo tuvieran. Vio como él le ordenó que le hiciera la lluvia dorada, como el líquido corría por el torso de formas impecables y depilado.

Entonces se preguntó qué sentirían esas mujeres y hombres para querer experimentar eso.

Conociendo de su curiosidad, él se pavoneaba desnudo siempre que tenía ocasión. Acariciando el pecho hasta el comienzo del pubis.

La mujer de 40 repetía mucho. La última vez, la había escuchado gritar de placer, mientras él la penetraba vaginalmente en estilo perrito, colocando en sus pezones unas pinzas y masturbándola sin miramientos. Ella se quería mover, él no la dejaba manteniendo todo en control.

Entonces, y con esa curiosidad, cuando ya no había nadie en el local, se acercó y tocó todas las telas en las que ella lo había visto tumbado. La idea de poder sentir como era de manera explícita la hacía entrar en éxtasis sexual.

Él, sabedor de todo, la agarró por las espaldas por la cintura y la desnudó para después, moverla hacia el sofá, ordenándole abrir las piernas para que él pudiera realizar sexo oral. Ella no protestó y cada vez logró excitarse más.

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